Como había comentado anteriormente, David Epston nos visitó en Noviembre del año pasado. Y desde entonces comencé a experimentar un cambio en mi manera de ejercer mi profesión (Psicología), especialmente en el área clínica (trabajo también en el área educacional).
En Diciembre del 2010, un par de semanas después de la visita de David, tuve una de las viviencias más asombrosas, y honestamente espero no sea única, en mi experiencia como terapeuta.
Se presentó en mi consulta un paciente cuya edad rondaba los 80 años, de sexo masculino, quien durante los últimos 2 meses sufría ataques de pánico. Había acudido a diversos médicos con síntomas angustiosos como aceleración cardíaca, presión en el pecho, dificultad para respirar, sudoración, temblores y miedo a sufrir un ataque cardíaco o morir. El médico de cabecera le recomendó acudir al psicólogo. Sin embargo, el paciente en cuestión acudió a un "terapeuta" no psicólogo, quien después de 3 sesiones de relajación, no logró disminuir el problema.
El paciente acudió a mi consulta sin muchas expectativas, incluso me preguntó en más de una ocasión si "era posible hacer algo contra esto" o si "tenía arreglo".
Generalmente, antes del taller de David Epston, la primera sesión solía dedicarla a conocer al paciente, conocer el problema y profundizar en la historia del problema, y dejaba la externalización para la segunda sesión, esperando que hubiera una mayor confianza paciente-terapeuta. No es que haya estado mal, incluso David recomienda realizar precisamente eso. Sin embargo, el taller de David me inspiró a utilizar un lenguaje externalizador desde la primera sesión, lo cual en este caso me pareció pertinente.
Así, decidí pedirle al paciente una descripción más detallada de sus síntomas. Descubrimos que los ataques de pánico solían presentarse de noche, entre las 3.00 y las 4.00 am, cuando su mujer ya estaba durmiendo. Entonces le pregunté "¿Y estás de acuerdo con lo que esta especie de 'vampiro' nocturno te hace todas las noches?".
Al principio mi paciente se descolocó un poco. Primera sesión, no necesariamente había un rapport sólido, aunque sí existía un nivel de confianza insipiente (llevábamos 20 minutos de la sesión). Pero luego pensó unos segundos y me respondió: "No, claro que no estoy de acuerdo".
Entonces decidí indagar por otro camino y le pregunté: "¿Has tenido que enfrentar durante tu vida alguna situación difícil que hayas logrado superar con éxito?", ante lo cual mi paciente comenzó un largo relato sobre su alcoholismo, y cómo fue capaz durante su juventud de asistir a grupos de apoyo en AA y superar ese problema. Descubrimos también que debido a su trabajo, había tenido la posibilidad de desarrollar habilidades sociales, de liderazgo y manejo de grupos, y por ende, habilidades "para convencer".
En ese momento, faltando 10 minutos para el final de la sesión, le propuse al paciente que durante las sesiones que vinieran, aprendiéramos juntos a utilizar esas herramientas: la constancia y (como él mismo la nombró) "fuerza de voluntad" que utilizó en su juventud contra el alcoholismo y sus habilidades de liderazgo y "para convencer", contra este "vampiro" que estaba arruinando sus noches.
A la semana siguiente, preparada yo para continuar el proceso, el paciente entra en mi consulta con una gran sonrisa en su rostro, y me abre los brazos para saludarme. "¡Qué cariñoso!", pensé yo. Le pedí que se sentara, y le pregunté cómo había estado esta semana. Y para mi sorpresa, me dice: "Maravillosamente. Para eso vine hoy, para darle las gracias y decirle que estoy curado. Antes me dominaban los pensamientos negativos, pero ahora ya no lo hacen. Cuando lo intentan, recuerdo todo lo que he podido hacer en mi vida, y no dejo que "el vampiro" tome control sobre mí".
Me quedé helada. Ocupamos lo que quedaba de sesión en describir otras habilidades que el paciente tenía pero que había olvidado que estaban allí. Quedamos en hacer seguimiento telefónico, y hasta ahora el paciente no ha vuelto a presentar síntomas.
No escribo ésto para presumir, no me interesa elevarme como profesional, sino compartir una experiencia verídica. Por supuesto que deben haber influido muchos factores en que se produjera este fenómeno: en primer lugar, el hecho mismo de que el paciente estuviera desesperado y acudiera a mí como "última opción". El hecho de que probablemente haya decidido con anterioridad no volver a mi consulta si ésta primera sesión no tenía resultados, lo que, lógicamente en caso de ser así, habría producido en el paciente un estado descrito por David Epston como "Efecto Lurdes" (Lourdes Effect), que consiste en que el paciente, al saber que ésta es la única oportunidad que tiene de curarse, cree de tal manera en ello, que de alguna manera la intervención resulta exitosa más alla de cualquier expectativa.
David comentó experiencias de este tipo durante su taller. Honestamente nunca creí que podría ocurrirme algo similar en tan poco tiempo. No pretendo compararme con él, yo soy sólo una freshman o tal vez sophomore en terapia narrativa, mientras que él es todo un senior.
El hecho es que comparto con él, desde el punto de vista intelectual, desde la teoría y desde todo lo que he estudiado, el hecho de que esta experiencia como terapeuta me "molesta", por decirlo de alguna manera. No hay explicación suficiente.